Sus vidas las marca la exactitud de sus pasos. Horas puntuales, herramientas extra por si acaso, agendas para divertirse y un constante ¨plan B¨ las define, porque para ellas el azar no es sinónimo de suerte, sino de descuido.
Tic, tac.
Su despertador suena cada madrugada a las 4:30, aunque su hora de trabajo es a las 8 de la mañana. No vive en los Valles del Tuy, ni en Guarenas o Guatire. Tampoco tiene niños que preparar para la escuela. Su máxima distancia es de su casa en Los Chaguaramos a su trabajo en La California.
Cada noche revisa en agenda sus diligencias, citas o hasta el encuentro para un café. Elige su atuendo del día con las posibles combinaciones milimetradas mentalmente, para evitar que si la mañana se perfila lluviosa o algún mínimo cambio de planes se presenta, tenga que improvisar.
Media hora de arreglo personal, diez minutos para el café mañanero, cinco hasta llegar a la avenida. En 45 minutos, su primera rutina del día debe estar cubierta.
Beatriz previene hasta lo impredecible. Si en la parada de autobuses se detiene una unidad con poca proporción de mujeres o señores ¨con cara de ir a trabajar¨que no le convence, lo deja pasar. Prefiere esperar por uno donde sus compañeros de colectivo tengan la presencia adecuada del trabajador o estudiante matutino. ¨Si veo muchos hombros sin acomodarse, me da la mala espina y no me monto. Supongo que si no van a trabajar ¿qué hacen a esa hora? Nada bueno», explica Beatriz con la dialéctica de uno de sus tantos métodos preventivos.
Pero más que el hampa el pavor es a la impuntualidad. Por eso su colección de autobuses también tiene tiempo limitado, «al segundo o tercer intento me voy porque el transporte es tan inexacto que puede tardar más de 20 minutos para el siguiente». Si sobre pasa el límite de las 5:50 comienza a ponerse nerviosa.
A las 7 de la mañana, su reloj marca el paso cuando cruza la avenida Francisco de Miranda hacia su trabajo. Llega una hora antes, desayuna, revisa asuntos pendientes, «no me gusta perder el tiempo, por eso prevengo porque siempre pasan cosas». Asimismo se comporta con los vuelos, paseos, idas al cine y hasta días de playa, compromisos a los que podría llegar con al menos una hora de anticipación.
Pero en un país donde la impuntualidad es la regla, Beatriz es una excepción. «Soy un `bicho raro´y como no soporto los imprevistos los evito en lo posible», y reconoce que cuando no lo logra «respiro profundo y me preparo para que no vuelva a pasarme».
Mejor que sobre.
Un cortacutículas, un hilo con aguja y cepillo de dientes comparten espacio en el bolso. aunque parezca que va de viaje, ese mini equipaje jamás sale de su habitual cartera.
Alicia sonríe porque su bolso es como un sombrero de mago «hay de todo un poco». A sus 23 años dice que es una manía «soy así desde los 10 años. Cuando salía pensaba en lo que podía pasarme y guardaba cosas para resolver lo que me cruzaba por la cabeza».
Con el tiempo ha ido perfeccionando su técnica para que nada falte y entre en su bolso sin molestar. Aunque reconoce que pocas veces lo ha necesitado para sí misma, agrega, «¡cómo le ha servido a medio mundo!».
Ese mini universo que habita en su bolso es parte del cosmos que tiene en su cuarto. «Detesto que me extravíen las cosas o que algo me falte. Alicia aplica la norma del «extra», en el doble juego de llaves de su casa que guarda en lugar seguro, o las fotocopias de sus documentos personales que tiene en sitios claves.
«Parece exagerado pero siempre pienso que si las cosas fallan es mejor prevenir que lamentar ¿no?», apunta Alicia. Y la sabiduría popular la acompaña.