Deporte

Transpirando el éxito: dos historias de logros

Con el sudor de su frente persiguen sus sueños. En 42 kilómetros o con un kimono, el deporte para ellos es el hilo motivante que los conduce a alcanzar el éxito.

 

«No debo rendirme jamás»

Gabriel Carrera se prepara como si se tratase de un sagrado ritual. Con absoluta seriedad se ajusta el karategui –esa suerte de chaqueta y pantalón blanco, de tela gruesa- y finaliza haciéndose un nudo para ajustar su cinta verde a la cintura. Su cara es expresiva: concentra la mirada en un punto, frunce medianamente el ceño y no sonríe.

Él se empeña en hacerlo muy bien y lo repite una y otra vez, no se cansa. Incluso cuando la clase finaliza y los otros chicos van a jugar, Gabriel sigue practicando. “No debo rendirme jamás, cuando lo hago mal tengo que perfeccionarlo”, dice sin retirar su gesto de seriedad y afirmando que ésa es una de las enseñanzas que el karate le ha dejado para la vida.

Gabriel repasa frente a la cámara algunos movimientos. Respira profundo y como si se tratara de una danza de pasos precisos, él se concentra y ¡zas!, logra sostenerse en una pierna por unos minutos, firme sin que su cara delate el esfuerzo que está haciendo.

Cuando habla piensa muy bien sus palabras. Se ríe con sus compañeros de karate que interrumpen la conversación para comentar sus aventuras deportivas: “fuimos a Disney, a Japón, a Las Vegas”. Gabriel ya está listo para competir internacionalmente.

El karate es un asunto importante para Gabriel. “Me ayuda a convivir, a defenderme, a hacer amigos, a que no me ponga gordito. Antes practiqué natación y un entrenador me gritó y me puse a llorar. El karate nunca me hizo llorar, conozco a la Sensei, nos llevamos bien”.

Cristina Reyes, la Sensei, eleva la voz sólo cuando tiene que dar indicaciones en vocablos japoneses. Le indica a sus alumnos lo que deben hacer y con cada sonido se da un nuevo movimiento. “Ponle corazón”, le dice a una chica que no lo hizo muy bien. “Imagínate en la competencia”, le dice a otro cuando sabe que no dio el cien por ciento. “La mirada es lo más importante, enfócate en lo que quieres”, le comenta a otro chamo.

Su método se basa en el reforzamiento positivo. “La presión funciona muchas veces pero otras no, en cambio el reforzamiento positivo siempre funciona y es un entrenamiento hasta para mí. Cuando yo les digo “oye, ponle corazón” y veo que esta niña hizo un poco más, entonces ella misma me está diciendo a mí que funcionó”, comenta Cristina.

Las palabras de Cristina pueden traducirse, en un lenguaje más técnico, como entrenamiento psicológico. Natacha Hernández, psicóloga deportiva, explica que con este entrenamiento “se va aumentando la capacidad de respuesta del atleta ante cualquier evento inesperado que se pueda presentar, antes, durante y después de un compromiso deportivo. Es así como los deportistas van a ser capaces de enfrentar una lesión, un error o condiciones adversas tanto del ambiente físico como del entorno social y personal. Generalmente los aspectos más trabajados son: motivación, manejo de la ansiedad, focalización, visualización, entre otras”.

Para Cristina el karate es una disciplina que no sólo se hace por bienestar o por una competencia sino también por la posibilidad de ir superando obstáculos. “Para los niños es muy fácil de manejar porque se pueden colocar metas cortas. Entras con cinta blanca y dices ‘yo quiero ser como el Sensei’ y ser como el Sensei significa ser cinturón negro, pero antes debes superar las metas que te llevan a alcanzar el último cinturón”.

Para Gabriel lo más importante en el karate es “hacerlo con orgullo, con felicidad y entusiasmo. El karate es un talento, un don”. Tiene grandes aspiraciones: quiere entrar a las olimpiadas, ser músico de metal gótico –actualmente toca teclado- y quiere ser arqueólogo; con su deporte ha aprendido que para lograr todo esto no necesitará suerte sino más bien “confianza y hacerlo lo mejor que pueda”.

A su corta edad Gabriel ve el éxito como “cuando ganas algo pero no lo haces por ganar sino por tratar de hacerlo con mucho interés”.

«Siempre que comienzo algo lo termino»

Cuando Ernesto Linzalata llega a la meta tiene una sensación única, quizás la puede comparar con esa emoción que le dio cuando nació su primera hija. Durante las 3 horas 28 minutos que puede pasar trotando 42 km., él se escucha a sí mismo. “Yo me mentalizo, corro escuchando mi cuerpo y mi respiración, respeto a los que trotan con su ipod pero pienso que eso en mi caso hace que no me concentre adecuadamente. Sobre todo trato de controlar mucho la respiración y trato de controlar el paso, uno a veces va perdiendo el paso y el ritmo por el mismo cansancio y ahí es donde debes concentrarte más y visualizar la meta corta. Si estás en el km. 20 trata de visualizarte en el km. 25 y si estás en el 25 trata de visualizarte en el 30. Porque si estás en el km. 5 y piensas ‘ay, ¿cuando llegaré al km. 42?” te vas a frustrar”.

Cuando era pequeño, Ernesto quería ser beisbolista pero no funciono mucho en ese deporte así que pensó que estudiar comunicación social sería una manera de mantener contacto con los deportes. La vida lo llevó hasta PDVSA y fue en 2002 –en medio del paro petrolero- cuando sintió la necesidad de drenar y así comenzó a correr de una manera más formal.

Ernesto se levanta temprano y se va a Parque del Este en donde entrena en la semana. Los fines de semana lo hace en diferentes lugares de la ciudad, siempre temprano. Cuando entrena para un maratón la jornada se hace más intensa: “debo estar realizando alrededor de 90 km. a la semana, debería llegar a 120 km. Unas tres semanas antes comienzo a bajar la carga para no llegar cansado al maratón”.

Su primer maratón (42 K) lo hizo antes de empezar a entrenar formalmente, desde entonces no le recomienda a nadie correr esta distancia sin el entrenamiento adecuado. Linzalata aventura una conjetura zodiacal: “a lo mejor por ser ariano siempre comienzo algo y lo termino”. Su consejo es entrenar al menos un año antes del maratón si es la primera vez, porque de lo contrario la experiencia de trotar durante 42 km. puede resultar algo traumática.

Su secreto para aguantar tres horas y un poco más sin morir en el intento lo saca de una cita que le escuchó a alguien: “necesitas piernas, corazón y mente. Los primeros 30 km. tú eres capaz de manejarlos con las piernas, los últimos doce a fuerza de corazón y los últimos metros con pura mente porque las piernas quieren ir para un lado, los brazos para otro y el cuerpo te dice basta”.

Luego de haber corrido en el maratón de Boston, Buenos Aires, Berlín, dos veces el de Nueva York y cuatro veces en Caracas, Ernesto sabe que es todo un ritual. La noche anterior se le hace difícil dormir, la ansiedad no lo deja.

Así le pasa ahora y le pasó en el 2005 cuando estaba en Nueva York para correr su primer maratón. Le dijeron que debía estar en el punto de salida cuatro horas antes que se le hicieron eternas. Cuando llegó el momento de arrancar, Ernesto lo hizo con la felicidad dibujada en su cara. Veía a los lados a los más de 2 millones de personas que se estiman van como espectadores a ver el evento deportivo. Él llevaba su franela con la bandera de Venezuela y su nombre. “Y la gente decía ‘¡arriba Venezuela!, ¡go, go Ernesto!’, eso te emociona en cualquier lado, es indescriptible”, agrega sin poder evitar la sonrisa.

Y es que la felicidad parece un factor común entre los deportistas. Eso es así gracias a la liberación de hormonas, tal como lo explica Natacha Hernández. Este proceso, además de generar bienestar, permite que las personas sean más eficientes. “Estas sensaciones van a permitir un mayor gozo del trabajo, de los retos y de la competencia con uno mismo, lo que sumado a una buena administración del tiempo, debería generar una mayor probabilidad de alcanzar las metas de manera más eficaz”, agrega Hernández.

Mientras corre, Ernesto mira su reloj constantemente para verificar que lo está haciendo en el tiempo estipulado. La clave es “que la emoción no supere la realidad, que lo que planificaste puedas ejecutarlo, muchas veces sales a correr y la adrenalina y la emoción que experimentas a medida que la gente te aplaude, te genera una energía adicional y eso puede hacer que pierdas el ritmo, te emocionas y empiezas a correr más, entonces no lo haces bien”.