Responsabilidad

Conocernos para aprender a controlarnos

Vivimos tiempos difíciles. Cualquier acción por pequeña que parezca puede modificar el entorno, así que más que nunca es importante que cada uno de nosotros haga una revisión continua de sus maneras de relacionarse.

Solemos decir «la sociedad es muy violenta» pero pocas veces nos detenemos a pensar ¿quién es esa sociedad? ¿Cómo se expresan en nuestras conductas comportamientos que pueden ser violentos y cómo puedo hacer para disminuirlo? Es nuestra responsabilidad como individuos evaluar cuáles son nuestros límites y a través de qué tipo de reacciones se manifiestan.

No es fácil pero sí necesario. Recuerdo el caso de un vecino que era muy popular en la urbanización porque tenía un talento innato para resolver problemas. Sin saberlo era un mediador en situaciones de conflicto. Le decían «Salomón», en tono de broma, por su famosa manera de intervenir y lograr que todos quedaran contentos. Su habilidad personal se fue convirtiendo en una responsabilidad que asumió con su comunidad para ayudar a un mejor clima de convivencia. Esta persona aprendió a utilizar una característica de su personalidad para hacer algo positivo en su entorno.

Pero así como podemos reconocer nuestras habilidades, también es importante conocer cuáles son los puntos débiles que pueden ser el detonante de una situación negativa. Ofuscarse fácilmente y excederse en las reacciones son conductas que deben aprender a controlarse porque usualmente el primer afectado es el entorno directo.

Nadie quiere verse expuesto en situaciones de vulnerabilidad pero son parte de la vida y nadie está exento. Hay que identificar las maneras en las cuales experimentamos el miedo cuando lo hemos sentido. Paralizarse, por ejemplo, es una reacción muy frecuente pero es impredecible saber de antemano cómo vamos a actuar en determinada situación de peligro. Lo que sí podemos hacer es tomar previsiones.

Por ejemplo: una persona que siente que sus nervios lo desbordan debe advertir a los grupos cercanos de su entorno para que, en determinado caso, otros puedan responder por él y prestarle el apoyo que necesite. La valentía hay que entenderla como la capacidad de asumir y superar miedos, que está muy lejos de la idea de ser temerario y poner la vida en riesgo sin estar preparado para manejarlo.

La responsabilidad también se expresa en la capacidad de pedir ayuda. Frente a situaciones que nos ponen a prueba hay que evitar la confrontación innecesaria. “Siento que me nublo, la rabia me hace perder la conciencia”, comentaba una amiga cercana que solía enfurecerse con facilidad. Aseguraba que en ocasiones extremas no podía recordar lo que había dicho o hecho, lo que le trajo muchísimos problemas familiares, con su pareja e incluso en la relación laboral.

Perder los estribos puede derivar en una situación peligrosa que abre un riesgo innecesario, especialmente porque vivimos en una sociedad con altos índices de violencia y agresividad. Y aún cuando se trate de alguien que suele reaccionar de manera intempestiva siempre existe la posibilidad de estar en el otro lado y ser la persona que la recibe.

La responsabilidad de cada quien es desarrollar el autocontrol que le permita decir “hasta aquí puedo llegar”. Conocerse, respetar al otro y saber controlar los límites individuales son fundamentos de toda sociedad sana.