A todos nos ha pasado. Cuando por fin reunimos la fuerza para abordar esa tarea importante aparece la vocecita maligna que nos invita a distraernos en un pendiente menor. “Para qué hacer el artículo si puedes limpiar la bandeja de entrada del correo”, nos susurra al oído. “Para qué sentarte a trabajar en la tesis, si todavía falta tantísimo tiempo para la entrega, mejor relájate”, nos aconseja la voz entre risas maléficas.
Podemos llegar a convertirnos en expertos de la postergación y de las excusas, pues siempre habrá un argumento válido para dejar esa prioridad para otro momento. Sí, para cuando ya no haya más remedio sino quedar atrapado entre la espada y la pared, cara a cara con esa responsabilidad, justo en la fecha límite de la entrega, en la delgada línea que separa el estrés crónico de la adrenalina pura. Nos felicitamos al final porque “nos encanta trabajar bajo presión”. ¡Mentira! Este argumento tan común es solo una cortina de humo para esconder nuestra verdad: no nos atrevemos a organizarnos para enfrentar nuestros pendientes con menos estrés y más bienestar.
El fantasma de la procrastinación es el mejor amigo del auto sabotaje. Estamos llenos de talento pero a veces también de miedo a desarrollar ese potencial. Asumir la responsabilidad de superar nuestros límites implica algo de coraje y algo de disciplina. Y a veces estamos tan “cómodos” en nuestra zona de confort que preferimos evadir lo importante, aunque su recuerdo nos haga sufrir, hasta que la hora límite nos alcance y tengamos que resolverlo porque sí.
La procrastinación es el hábito de postergar tareas. Contrario a lo que se piensa, no postergamos necesariamente por ser flojos. Podemos hacerlo cuando organizamos nuestras prioridades de manera equivocada o cuando gestionamos mal el tiempo que tenemos para resolver nuestras tareas.
Existen muchos argumentos que alimentan al fantasma de la procrastinación: el autoengaño de que trabajamos mejor bajo presión; el excesivo perfeccionismo que puede impulsarnos a pulir de más una tarea y retrasarnos en otras que también son importantes; la baja tolerancia a la frustración puede hacer que evitemos una prioridad que nos exija un poco más de esfuerzo de lo normal; incluso nuestra creatividad puede jugar en contra de nuestra efectividad cuando producimos demasiadas ideas pero no gestionamos el tiempo apropiadamente para poder concretarlas.
¿Qué podemos hacer para combatir al fantasma de la procrastinación?
- En primer lugar entender que trabajar duro no equivale a vivir bajo presión. El reto está en crear un sistema que se adapte a nuestra personalidad y que nos ayude a gestionar mejor nuestro tiempo.
- Hacer listas de prioridades y respetarlas en la medida de lo posible. No se trata de ser inflexibles, sino de tener siempre un mapa de ruta en nuestra rutina.
- Hacer un cronograma, llevar agendas y/o poner fechas límites a tus proyectos.
- Evitar las distracciones (redes sociales, conversaciones con compañeros, tareas menores).
- Dedicarle tiempo al descanso y a la recreación. El tiempo libre oxigena tu cerebro y tus ideas, con lo cual también se beneficia tu productividad.
Cuando sientas que la voz del fantasma de la procrastinación te habla, pregúntate si lo que estás haciendo en ese momento contribuye al alcance de tus metas y objetivos (y sé súper honesto contigo mismo). Y si la respuesta es afirmativa, respira profundo, confía en ti mismo y sigue adelante con tu labor.
Cuéntanos, ¿cómo combates tú al fantasma de la procrastinación?