El currículo de Ramón Blanco se mide en metros de altura. 198.577 es la suma de los metros que ha ascendido en cumbres de todo el mundo. La cuenta se queda corta: ha ido y venido varias veces en sus 79 años de edad. Bombear sangre al corazón y mantener aceitada la máquina de sus piernas, más que un hábito o una receta para tener salud, es un reflejo involuntario para este gallego adoptado por Venezuela hace más de 40 años.
El personaje aparece en el libro de los Récord Guinness como el montañista de más edad en completar “Las Siete Cumbres” (las más altas de cada continente) y está unido a las glorias del músico venezolano Antonio Lauro porque le construyó una guitarra que el Maestro nombró “La María Luisa”, en honor a su esposa, y era una de sus guitarras más preciadas.
La montaña
En una fotografía enmarcada en la sala de su casa aparece Ramón Blanco el 7 de octubre de 1993. La foto tomada por Ginette Harrison, compañera en esa expedición, lo muestra con la bandera de Venezuela y 8.848 metros de montaña bajo sus pies y 60 años de edad sobre ellos. De regreso, en Katmandú, se enteró de que llevar el tricolor venezolano tan alto era una doble hazaña. “Yo nunca pensé que iría al Everest y mucho menos me planteaba romper el récord de ser la persona de más edad en haber subido. Hay 14 montañas de más de 8 mil metros en el mundo, subirlas todas es el reto de muchos. Yo nunca pensé nada, las cosas ocurren, simplemente hay que tenerlas en mente” afirmó.
La verdad es que se inició en el montañismo rondando los 30 años de edad y le tomó 31 años y 114 días completar el ascenso a las 7 cumbres más altas de cada continente. Fue en 2007, con 74 años de edad y tres intentos (pues debió sortear turbulencias políticas y de otra índole en Indonesia) que coronó la Carstensz Pyramid en Papua, Nueva Guinea. Allí repitió la hazaña longeva del Everest y se hizo otro espacio en el gordo compendio de los Guinness.
Su primera montaña alta fue el Popocatépelt (5.452 metros) en México, donde vivió luego de una estancia en Cuba y antes de instalarse aquí. Los ojos se le encienden cuando recuerda las fumarolas que podían verse dentro del volcán, con su boca de casi 800 metros de diámetro. En San Martín Texmelucan, en el estado de Puebla, empezó su senda de montañista. “Veía esas montañas y me aventuraba a subirlas”.En su pueblo natal, Xerdiz Ourol, en Galicia, de casitas sembradas entre colinas, también encontró abono para afición por la naturaleza, que a todos sobrevive.
“Para ir a la montaña es necesaria la fuerza física, pero también la fuerza mental. La naturaleza es tan inmensa y uno es tan poca cosa allá arriba, que hay gente que se aniquila y no puede subir. Hice muchas caminatas fuertes en el Ávila para llegar al Everest y con eso funcionó. En el Broad Peak de 19 personas que subimos, solamente tres llegamos a la cumbre”. comentó.
Leer, trabajar y correr son las estaciones de su rutina diaria. El pico Oriental del Ávila es su gimnasio personal. Pero cuando no puede ir, corre insistentemente en la urbanización donde vive. Subidas, bajadas, ir y venir, una y otra vez por las mismas calles y así hasta pisar 28 kilómetros o más en cualquier madrugada. La bicicleta la usa cuando no puede salir y pedalea por hora y media o más. Disfruta el ardor del cuerpo acelerado por el ejercicio y también el alivio cuando baja la velocidad.
La persistencia es el entrenamiento que mejor parece seguir Ramón Blanco. Se le conoce como deportista y también se siente cómodo con el adjetivo de aventurero. “No soy un anormal, tengo amigos, hago otras cosas. No sigo una dieta especial, me gusta comer. Me acuesto muy tarde, me paro muy temprano. Mi vida es un tango”, dice con desparpajo.
La memoria. Es vanidoso con su biblioteca de varias lenguas, repleta de diccionarios, guías de países y clásicos de todos los tiempos. Ramón Blanco se toma la lectura como una montaña. Completar un libro, dice, es como llegar a la cumbre. “Da satisfacción terminar algo que te has propuesto, eso pasa cuando lees quinientas o mil páginas”. En el montañismo disfruta desde que comienza a pensar en el viaje hasta que regresa.
El año pasado, una rodilla le trastabilló en un maratón de montaña entre Oricao y Puerto Cruz. Infiltraciones mediante, está lejos del retiro. “Yo estoy consciente de que me voy a morir, pero es absurdo preocuparme por eso. Cuando no pueda, no puedo”. No se halla de protagonista de la extraordinaria historia del anciano montañista, pero no conoce a nadie que corra a los 79 años de edad, en el ambiente de corredores en el que se desenvuelve. “Simplemente hago lo que me gusta. Uno puede tener 15 años de edad y estar viejo”.
De la correspondencia que sostuvo con el joven Alejandro López, iniciado en el montañismo bajo su tutela surgió un libro que relata parte de su vida. Se publicó recientemente en España y busca patrocinio para editarse en Venezuela. Escribir sus memorias será la cumbre que escalará cuando ya no pueda subir ninguna otra.