Educación

Crónica: planificar hasta ¿alcanzar la perfección?

Que los planes deben ser flexibles es una máxima para la vida. Nada más lejano a la humanidad que la perfección. Compartimos esta historia cuyo protagonista es un hombre meticuloso sorprendido por la imperfección de la existencia.  

1000 hojas después la perfección se devanece

Siempre le he huido al azar, a las sorpresas. La suerte, que para el resto de los mortales en mi parroquia se convierte en modus vivendi, para mí es algo circunstancial. Hasta donde la memoria me permite, recuerdo haber dicho que no vale la pena depender de algo que no puedes controlar, por eso he dedicado toda una vida a planificar, a hacer de mi día a día una rutina perfectamente diseñada, porque la perfección existe y está en las gavetas donde guardo mi ropa por tonos de colores.

Así, con orden, siendo meticuloso, he logrado sobrevivir hasta esta edad. Mientras otros se resbalan en la ducha y no lo cuentan más, yo coloco agarraderas estratégicas en la sala de baño para evitar caídas innecesarias. Tampoco me permito usar audífonos para evitar incómodas sorderas a futuro y decidí que para viajar en ascensor debo ponerme en una esquina, donde las probabilidades apuntan a mi favor en caso de que una guaya se desprenda.

Mi impulso por dominar lo que otros llaman destino ha hecho que con éxito pueda tener un perro enorme en un apartamento pequeño y que en el trabajo, que yo escogí, más allá de lo que piense la señora de recursos humanos, me digan el loco, con cariño. No es normal para el caribeño tipo que alguien coma a la hora -en punto: 8:00, 12:00 y 19:00- o encontrar bajo el escritorio tres cestas de basura: una para desechos orgánicos, otra para los papeles y la tercera para lo que me parece sospechoso. Es la norma, en cambio, trasnocharse en parranda o creer en el horóscopo, como si fueran las tablas semanales de Moisés. Evito esas cosas, todo el tiempo.

libre 6 imagenPor eso me tomo el atrevimiento de pedir ante esta junta de vecinos que, por favor, consideren mi petición de cambio en el puesto de estacionamiento. La señorita Guerrero, nueva inquilina del 4-B y mi vecina inmediata en el parking, no se cansa de estacionar su vehículo en retroceso, situación que rompe con la armonía de los otros 21 carros que paramos de frente, como es lógico, más fácil, y menos engorroso al momento de una evacuación de emergencia.

En reiteradas ocasiones he intentado persuadir a la señorita Guerrero, que prefiere que le diga Adri, diminutivo de su nombre de pila que me parece totalmente inapropiado, porque de llamarla así estaría formando un vínculo de confianza que, con esa linda sonrisa que tiene la muchacha y esos ojos grandes y vivos, me haría seguir pensando en ella una y otra vez.

Entiendan que no debemos permitir -yo no puedo- que una chica tan dulce y que habla chiquito, tan bonito que enamora con su siseo, tan cálida cuando se le pone la voz ronquita, se meta en nuestras vidas así como así, cuando, seguramente, no aceptará ni el café que no me he atrevido a invitarle en secreto. Es que es tan linda, tan sorpresiva cuando viste esos coloridos atuendos deportivos de domingo, tan impuntual en las mañanas que me hace llegar tarde al trabajo de tanto esperarla, tan auténtica cuando dice las cosas sin pensar…

– No, no, no. ¡No! Inténtalo otra vez, Pablo -me dije al arrugar el papel- y tomé la enésima hoja para redactar una carta que me tiene desvelado por primera vez.