Educación Salud

Jacinto Convit y su adiós centenario

El doctor Jacinto Convit dio hoy el último aliento de sus 100 años de vida. Nuestras condolencias a sus familiares y amigos, en especial a Flora Convit, asistente de presidencia en Seguros Caracas de Liberty Mutual y sobrina del Dr. Convit.

Hace cinco años cuando el doctor Convit cumplió 95 años, el equipo de la revista Libre lo entrevistó en exclusiva a propósito de lo que en ese entonces ya se perfilaba como la continuidad de su legado en la ciencia mundial: el desarrollo de una vacuna contra el cáncer. Como un homenaje a su nombre y orgullosos de este ilustre venezolano recordamos sus palabras en esta entrevista.  

***

El doctor de los olvidados

Sergio Moreno Gonzalez/ Fotos: Ariana Basciani

Apagado. Así debe permanecer el aire acondicionado en los espacios donde respira. La oficina, el carro, el laboratorio. Las ventanas cumplen su función en cada lugar donde pisa. El aire sin condiciones le da tranquilidad a su cuerpo. A los 95 años las ganas de trabajar no pueden ser sacrificadas por una enfermedad. Y Jacinto Convit sabe de eso.

Camina sin detenerse por los pasillos del Instituto de Biomedicina de la UCV, del cual es director. Su paso firme es celebrado por un joven con bata blanca que lo saluda antes de entrar al ascensor.

La escena se repite una y otra vez, detrás de todas las puertas, en los pasillos, hasta llegar a su laboratorio, “el del piso 2”, puntualiza. El recibimiento es apoteósico. La llegada del doctor revoluciona al grupo de profesionales que le apoyan. Todas son mujeres. Son las que se encargan de consentirlo, mientras se nutren de los conocimientos de una labor que ya pasó los 70 años.

La travesía de salvación de Convit comenzó con aires de Litoral. En Cabo Blanco, una localidad del ahora estado Vargas, el recién graduado médico cruzó el umbral de una leprosería para sellar su futuro. La soledad, el dolor y el desastre que sintió al ver los rostros de los 1.200 pacientes recluidos como los peores delincuentes, le colocó un reto en su carrera. “No sé qué era peor, si la enfermedad o las caras de aquellos seres condenados. A la gente la cazaban en la calle por contagiarse de lepra”. Fueron siete largos años los que tuvo que convivir con pacientes que sufrían de una segregación legalizada en la época y de una atención pobre, sin condiciones sanitarias, producto del desconocimiento sobre la enfermedad. Un hombre que le entregaron encadenado, con grilletes, se filtra entre los recuerdos de ese tiempo. “Lo llevó la policía a Cabo Blanco. Era un campesino que cazaron con el mal. Fueron días muy difíciles. Personas que eran aisladas de todo en grandes casonas, alejados de sus familias”, revive con detalle estas prisiones, donde estaban prohibidos hasta los espejos.

La pasión por la medicina enlazada con el entusiasmo de la juventud, llevó a Convit a conformar un equipo de investigación integrado por seis venezolanos y dos italianos, a quienes se les uniría más tarde una pareja de polacos.

Las manos de los investigadores trabajarían por una cura. “No se disponía de un medicamento efectivo para el tratamiento de la lepra. Se contaba únicamente con el aceite de Chaulmoogra, de muy dudosa eficacia. “Nuestra actividad fundamental era encontrar un medicamento eficaz”.

Pruebas, ensayos, experimentos. El trabajo en equipo logró refinar el aceite y se pudo atender más pacientes. Era el primer paso. En los estudios realizados por los especialistas, se toparon con un derivado de un compuesto (sulfota), la Diamino-Di-fenil- Sulfona (DDS). Junto a la Clofazimina, tenían suficiente efectividad para curar la enfermedad. “Eso fue pura suerte. Casi todas las investigaciones cuentan con ese factor, el de la suerte”, bromea el galeno sobre su descubrimiento.

El medicamento rodó por todo el país como pólvora en época de guerra. En un año la mejoría de los pacientes era notoria y llevó al segundo paso de su lucha: el cierre de las leproserías de Venezuela. El primer país en el mundo en eliminar el aislamiento.

Clausurados los recintos de segregación los médicos se enfrentaron a la atención de unos 17 mil pacientes en todo el país. Los servicios médicos asistenciales fueron diseminados para llevar el tratamiento a todas las regiones. Convit fue nombrado Médico de los Servicios Antileprosos en Venezuela. Ya en 1949 había uno o dos servicios de dermatología sanitaria en cada estado. Los logros llegan hasta la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que muestra interés por los avances nacionales y manda a su personal a entrenarse en Venezuela, con el galeno, que logró que los pacientes fueran tratados como cualquier otro enfermo.

El trabajo de su equipo de investigación no se detuvo ni un momento. Fue así como descubrieron que una serie de armadillos (cachicamos) era muy susceptible a contaminarse con el bacilo de la lepra (M. Leprae), el causante del contagio de la enfermedad. El hallazgo les permitió obtener el Micro Bacterium Leprae de Armadillo (cachicamo) que en adición a la BCG (vacuna de la tuberculosis), dio origen a la cura contra la lepra. “Después desarrollamos dos modelos de vacunación comparables, dirigidos al control de la lepra y leishmaniasis. Los modelos son efectivos en la inmunoterapia de dichas afecciones”.

¿Y cómo descubre la vacuna contra la leishmaniasis?

– Fue un proceso muy largo. Desarrollamos una vacuna con el mismo procedimiento de la lepra, uniendo varios componentes. La aplicación del tratamiento logró un 95% de curaciones sin fenómenos secundarios. Una vacuna que se convirtió en instrumento social.

Este instrumento, según sus palabras, tiene que servir en la batalla para rescatar a los “pueblos olvidados”, esos que cuentan con las atmósferas ideales para que no se eliminen por completo las enfermedades. “Un ejemplo de eso lo viví hace muchos años en La Colonia Tovar. En un momento fue la comunidad con la mayor cantidad de lepra en el mundo. Un grupo de inmigrantes alemanes se contagió al llegar al país, en un área donde no existía sistema de salud. Vimos cómo el pueblo lo superó. Lo ayudamos a superarlo, con educación, higiene, con todos los servicios. Hasta que se convirtió en el punto turístico que es hoy, que a mí me encanta. Ese es el concepto para superar las enfermedades”.

porta retrato2 copia

El médico de ojos azules no ha parado de trabajar. A los pacientes de cáncer les dedica parte de su tiempo todas las mañanas. Llegan muy temprano al Instituto de Biomedicina para tomar un número, el paso directo para sus consultas tempraneras. La investigación alrededor de los males oncológicos le roban a diario la mayoría de sus pensamientos. Su voz toma fuerza, asume el carácter del investigador emocionado cuando habla del cáncer.

“Estamos trabajando intensamente en la búsqueda de la cura para el cáncer”, comentó Convit sobre la fórmula de ataque a las células cancerosas que están intentando.Esta insistencia para alcanzar su objetivo, quizás fue una de las razones que le llevaron a estar nominado en 1988 al Premio Nobel de Medicina por la vacuna de la lepra. Sus manos no recibieron este reconocimiento, pero sí una larga lista en la que destacan la medalla Salud para todos de la Organización Panamericana de la Salud y el Premio Príncipe de Asturias.

Pese a su buena salud, la batalla contra los males propios de los años le ha mantenido alejado de las aulas de clase universitarias y han disminuido su ritmo de investigación. Jacinto Convit, sin embargo, no se detiene ni da tregua a su nueva pelea: encontrar la cura del cáncer.