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Aprender haciendo: Eduardo Castañeda cuenta su receta del triunfo en La Guayaba Verde

Originalidad, timidez y constancia definen a Eduardo Castañeda, el chef detrás de La Guayaba Verde

Se llama Eduardo Castañeda, es el chef de La Guayaba Verde y su pasión por la cocina venezolana empezó 33 años atrás. Sintió curiosidad de seguirle la rutina al padre, un sociólogo aficionado a la preparación de platillos improvisados. Era como mirar a un científico en el laboratorio. La primera impresión es borrosa, apenas tenía ocho años. “Me fijaba detalladamente en lo que hacía. Memorizaba mezclas de ingredientes y repetía a solas”, rememora.

Los próximos encuentros de Castañeda con la gastronomía criolla fueron intempestivos. Entre los 15 y 19 años quiso especializarse, pero no lo dejaron. Ser chef se consideraba un oficio poco serio. Se graduó de filósofo en la universidad Católica Andrés Bello, pero no ejerció. Llegó a ocupar el cargo de comunicador corporativo en el prestigioso IESA y renunció. El motivo de tantos giros: “siempre estuve pendiente de leer recetas y experimentar en casa”.

Nada enganchó a Eduardo Castañeda. En 2001, finalmente cayó en una crisis económica y usó como excusa reinventar un local de los padres casi abandonado. “¿Qué haremos?, se preguntaron. Y la cocina fue la respuesta. Pero no lo de siempre, sino algo distinto: haríamos comida venezolana”, relata el chef. Así nació La Guayaba Verde, un restaurante muy conocido en Caracas, que fusiona arte, literatura y platos tradicionales.

Fama escondida tras la timidez

Castañeda es famoso en los restaurantes de la ciudad. Sus ojos celestes, su metro 75 de estatura y mirada esquiva –que denota rasgos de una timidez admitida por el cocinero– arman el combo de su primera impresión. No es un Sumito Estévez, aunque sus estilos suelan confundirse.

Al cocinero estrella de La Guayaba Verde se le adjudica integrar la lista de los promotores del rescate de la cocina venezolana, como lo afirman sus colegas. Pese a que su rostro no está expuesto constantemente ante las cámaras de medios de comunicación, sus trabajos han sido puestos al servicio de la gente en la revista Estampas, entre otras publicaciones.

Los vaivenes del oficio

Al principio, pocas personas se acercaban al local, pero clientes satisfechos comenzaron a correr una ola: comida venezolana, sabrosa y barata en La Guayaba Verde. “Ha sido difícil, sobre todo en los años iniciales. La gente está acostumbrada a la cocina mediterránea. No es un negocio que me hará millonario, mi meta es impulsar valores venezolanos con mis comidas”, aclara.

 

La Guayaba Verde no desapareció al tercer aniversario. Buen indicio. Reforzaron la cantidad de empleados, todo parecía levantarse. Los clientes se volvían adictos a los platos del chef, quien accedía a conocimientos de antropología en búsqueda de los sabores criollos. “A la cocina hay que darle personalidad, mi mayor complicación sucedió cuando quedé solo a bordo del negocio”, afirma.

A finales de 2005, Castañeda dudó de la decisión tomada. Se había asociado con un amigo, pero pronto ocurrió una ruptura. Fue una etapa crítica. Hizo de todo, sus manos se multiplicaban par atender el restaurante. “En ese momento empecé a aplicar mis conocimientos de filosofía, sólo los trasladé a la cocina. Los empleé como las herramientas de análisis e investigación que representan”, expresa.

Para Castañeda están omitidos secretos o fórmulas mágicas en la gastronomía, es un agnóstico. Para él son indispensables la honestidad y la originalidad. “Soy un autodidacta por convicción, no me gustan las copias. Todo lo he aprendido solo, empujado por el interés de servir con excelencia a la gente”, dice con entusiasmo. La ecuación ha funcionado. Las ventas se incrementaron cuando aplicó su toque a las comidas, todo indicaba que llegaba la hora de ampliar metas.

La Guayaba Verde se mudó dentro de Caracas de La Candelaria a la entrada del opaco edificio Pascal, entre los Palos Grandes y Santa Eduvigis. Nuevos integrantes colorearían sus espacios. Escritores, pintores y poetas exponen sus obras en el lugar. “Se llena. Con cada recital de la organización Relectura y las pinturas que los artistas colocan en la pared. El éxito está en la originalidad”.