A veces no sabemos por qué nos cuesta tanto conciliar el sueño o por qué comemos tan de prisa, y la mayoría de las veces no reconocemos que estamos constantemente apurados. Otras veces sentimos un cansancio continuo que se instala en nuestro cuerpo y solo queremos dormir o recostarnos porque no encontramos la energía necesaria. O actuamos impulsivamente sin dar tiempo a pensar o meditar antes de tomar decisiones.
Todos esos síntomas que se expresan desde lo físico probablemente tienen un origen emocional que pocas veces detectamos de manera consciente. El mal humor frecuente e inexplicable, el hastío para emprender hasta las tareas más simples o los episodios de tristeza que se convierten en un estado de ánimo permanente se hacen evidentes cuando algo no está bien dentro de nosotros.
Muchas personas entran en un proceso de somatización frente a una situación que las agobia emocionalmente, por ejemplo: les da gripe, resfriados, dolores musculares o insomnio crónico, indigestión y hasta migrañas, porque su sistema inmunológico disminuye las defensas y los hace más vulnerables a agentes externos.
El cuerpo humano responde a situaciones estresantes a través del sistema nervioso y la producción de determinadas hormonas, como la adrenalina y el cortisol que entran al torrente sanguíneo, aumentan la frecuencia cardíaca, respiratoria, la presión arterial e incluso el metabolismo.
Cuando hay tensión emocional el hipotálamo envía señales al organismo para que reaccione y encienda los sentidos de alerta, así podemos observar que las pupilas se dilatan, el hígado libera glucosa almacenada para aumentar la energía y el cuerpo entero se acelera para funcionar bajo presión.
