La formación que se recibe en casa y en la escuela es vital para forjar la conciencia ambiental en los adultos responsables del futuro. Para lograrlo siempre será mejor involucrar a los jóvenes en proyectos ecológicos de largo alcance.
La educación ambiental debería ser tan completa como para que todos los ciudadanos sean capaces de evitar fenómenos inducidos por el hombre. Los expertos opinan que para lograrlo, esa enseñanza debe empezar en la casa; así se tornará inherente a la persona y formará parte de su personalidad, sumándose a sus hábitos y valores.
“El primer ente formador es la familia, no hay edad mínima para comenzar a enseñarles a los niños. Si desde chiquito le dices que la basura va en la papelera, llegará al colegio con esa costumbre y en el salón de clases se dará inicio a un trabajo en conjunto: la escuela refuerza lo que el niño aprende en su casa. Así se logra el arraigo de la información en la conciencia del niño”, explica María Elisa Vásquez, licenciada en educación preescolar.
El deber docente, señala la educadora, es fomentar experiencias propias para el infante, que lo lleven a generar conocimientos por sí mismo (adicionales para afianzar lo inculcado en el hogar), asimile la información y la reacomode en su cerebro. Así tendrá una conducta o actitud de preservación del ambiente. Sin embargo, la educación venezolana presenta un problema –advierte Vásquez-, y es que no hay buena comunicación entre el hogar, la comunidad y la escuela. “Si en el aula promueves el ahorro de agua pero en la casa el modelo es otro, no se usa racionalmente, se producirá un conflicto de ideas en el niño y él seguirá los patrones de la casa”.
¿Qué hacer?
Hasta los tres años de edad, los pequeños son más sensoriales, específicamente más visuales, por lo que la enseñanza se debe hacer a través de imágenes. Luego, entre los cuatro y siete años empiezan a razonar, así que en esa etapa es fundamental dejar que vivan experiencias propias, pues será el momento de afianzar conocimientos mediante la explicación de procesos y situaciones, sentencia Vásquez, quien ha perfilado su línea de investigación hacia la educación ambiental.
Algunos consejos son tener elementos visuales en el baño, como dibujos que insten a cerrar el grifo de agua frente al lavamanos, o en las paredes (debajo de los suiches de luz que indiquen que se deben apagar para ahorrar energía eléctrica), son útiles para esa primera enseñanza que se da en casa. También, explicar con paciencia, desde la primera vez que el pequeño va al baño sin requerir mayor ayuda, la cantidad de papel higiénico a usar y el tiempo suficiente para lavarse las manos con agua y jabón.
Procurar que el niño pase más tiempo al aire libre que en la casa para motivar su identificación con la naturaleza y su cuidado. En el caso de las escuelas o colegios, realizar con frecuencia visitas guiadas a parques, zoológicos o museos de ciencias naturales incentivará el respeto hacia el ambiente.
A su vez, reforzar ese sentimiento con la lectura, contando con libros de corte ecológico o ambientalista en el hogar, que en esos primeros años de vida deberán ser más de imágenes, dibujos y escenarios naturales. La lectura debe ser dirigida por un adulto que explique los valores allí contemplados, detalla la educadora, quien recuerda que en el Banco del Libro, hay una sección de libros sobre ambiente y ecología, y la editorial Manantial ofrece cuentos que bien pueden formar parte de la biblioteca de la casa o del aula de clase.
También, como sugerencia a los padres, Vásquez resalta el hecho de no reprender a través de un castigo fuerte o verbal a los pequeños cuando hagan algo malo (jugar con agua, botar basura en el piso, romper las plantas), sino apelar a la explicación y más bien reforzar las conductas acertadas.